sábado, 28 de agosto de 2010

JLB

Los hierros le permiten observar,
contemplar ensordece,
con la vista fija en la presa
la reja, desaparece.

Su mente imagina que lo real es otra cosa.

Luego camina hacia el otro lado,
su mente es pequeña,
pronto olvidará que creyó ser otro

D. Carradain

Creo que estoy feliz y esa es una sensación sumamente difícil de digerir. Más allá de la equivocada idea de que ser escritor es vivir con la tristeza en los labios, en la punta de los dedos y como una débil sombra, sobre el negro pálido de mis ojos, digo, pensé que iba a ser posible que yo fuera escritor, como si en realidad todo sucediese como en un hechizo, como con la magia, con la necesidad de ser de tal o cual manera, guardar el antecedente de la vida difícil, de los padres o egoístas o injusto o poco prácticos o distraídos, y después vagar más solo que David Carradain, no en Kun-fu, sino en el día de su muerte, que lo encontró colgado del techo acogotándose el canario como para darse valor.
Es difícil escribir sobre esto, explicarlo y que este todo bien, como si decirlo no significara en realidad, pensarlo, y que pensarlo no pueda de ningún modo hacerme feliz.